El título de la entrada viene a
cuenta porque acabo de leer en una reseña en inglés que el libro que hoy toca
recuerda mucho a El Principito, de Antoine
de Saint-Exupéry. Pero en realidad los libros no se parecen ni en trama ni en
estructura, sino porque, a mi juicio, hacen llorar igual. ¿Quién no ha llorado
leyendo El Principito? Es un libro
tan pequeño que se puede leer varias veces al año, y algunas de esas veces nos
toma en momentos tan emotivos que saca las lágrimas.
Pues bien, La sonrisa del ángel es un
libro como el de Saint-Exupéry. Hace llorar. Su autor, Adam J. Oderoll, logra
con una historia breve meter unos duros golpes al alma, o lo que sea que hay
por allí. En un principio creemos que no estamos en un mundo tan fantasioso,
sino demasiado real, con un niño huérfano que deambula acompañado de un anciano
vagabundo y un viejo y cansado perro.
El viaje es en busca de una
esperanza, la del niño, la de hallar a una familia que no sabe si existe, pero,
a juicio del viejo, debe de seguir esa esperanza por pequeña que sea, porque
seguir a una esperanza y aferrarse a ella no es otra cosa que el alimento de la
felicidad.
La historia está llena de frases
que nos ayudan a reflexionar. El anciano es un filósofo que encuentra las
palabras correctas para cada situación. Algo así como Merlín en El Caballero de la armadura oxidada.
Lo hermoso de esta pequeña
historia es que nos enseña a conocer y a diferenciar a los ángeles. Porque según
esto hay dos, los de mármol que adornan las iglesias y otros, los reales, los
que se acercan cuando un niño sufre, lo cuidan y le enseñan a vivir y después
vuelven al cielo, llevando incluso un mensaje para un ser amado que se ha ido.
¿Quién se podría imaginar que en
un trío compuesto por un niño y un anciano en harapos, más un perro débil y enfermizo,
se esconde un ángel, un ángel de verdad?
La persona se disponga a leer este
libro que esté lista para emocionarse, para conmoverse, reflexionar, aprender y
llorar, porque si no se llora al principio o a la mitad, sin duda se llora al
final. De eso no hay duda. Pero no se llora de tristeza, sino de felicidad, en
eso es en lo que se parecen ambos libros, El
principito y La sonrisa del ángel.