Carta a un rehén, de Antoine de Saint-Exupéry

Saint-Exupéry escribió Carta a un rehén en la misma época es que escribió El principito, durante la Segunda Guerra Mundia, cuando su Francia amada tenía el pie nazi encima. Quizás debido a ello, a su realidad de saber a su país despedazado y humillado, su talla intelectual alcanzó niveles sorprendentes, porque dicen por allí que el artista cuando mejor produce es cuando más sufre. Probablemente.

Carta a un rehén es un texto enteramente filosófico en el que un soldado francés con sombrío porvenir expresó su sentir y describió el mundo, o una pequeña parte, como la veía en ese momento. Lo encontramos recorriendo la Lisboa libre de toda guerra, pero temerosa de que llegue, y un desierto del Sahara en el que cabe la nostalgia, la grandeza del amor,  la paz y la tranquilidad, tan lejos de un soldado en tiempos de acudir presuroso al campo de batalla.

Saint-Exupéry tampoco se olvida aquí de su mejor amigo. Sí, Léon Werth, a ése mismo al que le dedicó El principito. ¿Cómo olvidarse de un amigo cuando es judío y vive en un país dominado por los nazis? Werth viene a ser, aunque Saint-Exupéry no lo nombra, ese rehén al que va dirigida la carta. Porque Werth y todos los demás franceses estaban en calidad de rehenes de los nazis, y nunca se es mejor rehén que cuando se está a mereced de un régimen que casi todo pretende solucionarlo con tiros en la cabeza a quien se atraviese.

La grandeza intelectual de Saint-Exupéry en esta obra queda plenamente al descubierto. Pero no termina allí, porque la invasión alemana a su país lo ha hecho a estas alturas -y lo deja claro- recapacitar sobre el derecho a la libertad, al libre albedrío y al valor de una vida, de una sola vida, tal vez más que nada porque esa insignificante cifra, uno, para los que propiciaron la guerra era una verdadera bagatela.

Dicen que Carta a un rehén es mejor que El principito. Pero no, no desde mi punto de vista. Sí es una buena obra, pero no es mejor, ni siquiera pretende igualársele.