Es probable que la historia más atractiva de todos los
países americanos que a principios del siglo XIX se independizaron de España la
tenga México. La razón no es una casualidad ni un regalo divino, los mexicanos se
ganaron ese atractivo cuando en la década de los 60s de ese siglo se armaron de
valor para pelear contra el ejército francés, causarle serias y lastimosas
heridas y echarlo de su territorio. Y para que quedara claro que no estaban
jugando y que no se habían tomado a broma la invasión, fusilaron sin pensárselo
mucho al príncipe austriaco que los franceses habían puesto en México como
emperador, nada menos que un vástago de la familia Habsburgo, sí, de ésa misma
que Napoleón I eligió para que miembro de ella fuera su hijo.
Una plusvalía a la historia de México de ese período la dio
el presidente de por entonces: Benito Juárez, una rareza quizás no sólo para la
época sino que incluso lo sería ahora. Para un tiempo en el que Latinoamérica
estaba gobernada por militares ladrones y matones que sabían leer pero muy
despacito y sin comas ni puntos, un juez de suprema corte, escrupuloso con los
gastos del gobierno, e intelectual que además del español y zapoteca -su lengua
madre- sabía francés, latín e inglés, y que aparte era un indio de raza pura,
le dio un toque de romanticismo a la guerra contra los franceses.
Juárez era tan idolatra de la ley y estaba tan convencido de
que tenía la razón que se negó rotundamente a tener una entrevista con el
emperador Maximiliano de Habsburgo, pese a que éste la solicitó repetidas veces
creyendo que podría convencerlo de alcanzar de mutuo acuerdo el final de la
guerra.
Incluso cuando fue rendido en Querétaro y sentenciado a
muerte, Maximiliano volvió a solicitar aquel encuentro. Y nuevamente Juárez se
negó. Muchos historiadores se quedaron con las ganas de que esa entrevista
hubiera sucedido, tratándose de dos hombres ilustrados y liberales, quizás los
dos gobernantes más sabios que ha tenido México en su historia, y que
gobernaron al mismo tiempo y como enemigos.
La novela Juárez en el
Convento de las Capuchinas nos lleva a la noche previa al fusilamiento de
Maximiliano, guardando la posibilidad de que en absoluto secreto esa entrevista
sí haya ocurrido.
Repentinamente, Juárez llega a la celda de su prisionero y los dos hombres hablan por largas horas, y sí, eran muy ilustrados, sus conocimientos,
de ambos, de historia y política eran enciclopédicos. Cada uno cree que actuó
con la razón, pero, pese a todo, ambos admiran y respetan al otro. Y aun cuando uno de ellos será fusilado en unas horas porque el otro se negó a concederle el
indulto, la conversación parece, por momentos, la de dos buenos amigos.
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