Este libro contiene las memorias noveladas de cuando el
escritor neerlandés Jona Oberski era un niño ingenuo, inocente y muy indefenso, durante su estancia en los
campos de concentración de Westerbork y Bergen-Bergen. Estuvo allí de los
cuatro a los siete años, con sus padres, mas sólo él sobrevivió para contarlo.
Oberski nos relata al principio la difícil vida de una
familia judía en Holanda, cuando ya los nazis estaban controlándolo todo. Primero
les llegó la discriminación, después la escasez y por último la detención y
posterior deportación a los tristemente celebres campos de concentración.
La narración es en primera persona desde la perspectiva
de un niño que en la novela no tiene nombre. Oberski cuenta las cosas cómo las percibía
en aquel entonces, con una enorme ingenuidad que mucho le ayudó a ver pasar el
dolor sin tener que tragárselo, como sí hicieron sus padres y por lo que
terminaron muertos.
Muchas cosas en esta novela están sólo sugeridas,
debido a que el niño no alcanzaba a comprender todo de lo que estaba
pasando a su alrededor. Aun así, la infancia de los niños en los campos de
concentración, sus juegos y sus miedos, están bien y conmovedoramente plasmados
por el autor.
Pero en varios aspectos la obra está un tanto floja. Es, sí,
un aterrador testimonio de sufrimiento novelado por alguien que lo vivió, pero
como obra literaria, que también lo es, no me acabó de convencer. No digo que
no haya sido una interesante estrategia por parte de Oberski recurrir a la
perspectiva de un niño para narrar la historia, pero el resultado quizás no es
ni lo que él mismo esperaba.
Recomendable para quien
busque una novela sobre la triste separación de una familia por causa de la
locura y la maldad del ser humano. Y un punto a su favor radica en que no es -sólo
quizás en una necesaria y pequeña parte- ficción. Razón de más para deprimirse leyéndola.
A mi me ha gustado mucho.
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